Mi primer amor en el ámbito de los juegos de tablero fue el ajedrez. Era la época de mi adolescencia y disponía de tiempo suficiente para leer libros sobre el tema (no existía Internet), practicar aperturas, reproducir partidas históricas (uno de sus mayores encantos) y jugar mucho, contra diversos rivales. El ajedrez se amoldaba perfectamente a mi personalidad, bastante retraída y solitaria. Es un arte que demanda gran dedicación para poder mejorar, en largas jornadas de silencioso estudio. El aspecto que más me fascinaba del juego era la confrontación de una mente frente a otra en un campo de batalla simétrico, en el que la suerte no tenía cabida a la hora de definir el vencedor. Con la candidez propia de la juventud, llegué a creer que el ajedrez era el baremo ideal para medir la inteligencia de una persona. Pero mucha agua ha corrido bajo el puente y felizmente hoy en día aquella idea ha evolucionado en mi cabeza, como tantas otras.
Cuando los juegos de mesa modernos irrumpieron en mi vida, hace menos de un año, fue muy natural que los eurogames y los abstractos robaran mi atención. Me interesaba descubrir mecánicas novedosas, siempre que estas se combinaran con una planificación estratégica de desarrollo de la partida. Aunque no rechazaba el azar de manera absoluta, prefería que su presencia tuviera un mínimo efecto en la evolución de un juego. Pero en el camino me ha tocado probar diseños muy dispares, algunos bastante alejados de esos parámetros "ideales" establecidos por mí en un principio, y sin embargo me he sorprendido admirando el grado de satisfacción que estas propuestas logran provocar en algunos aficionados. Esto me llevó a plantearme si no me estaría perdiendo de un aspecto significativo del juego, como experiencia, al dar preponderancia a unos elementos por encima de otros. Sí y no.
● El Placer de Jugar
Cada uno de nosotros, cuando opta por cierta categoría de juegos, lo hace básicamente por la misma razón: los disfrutamos. Esta satisfacción, sin embargo, se detona por diferentes razones, en cada caso. A algunos nos estimula el reto intelectual, a otros les encanta la aventura, otros más adoran la incertidumbre, otros aprecian la simulación, etc. ¿Pero cuál es el elemento común que enlaza tan diversas fuentes de placer lúdico?. Respuesta: la sorpresa.
Evolutivamente, estamos condicionados para sentir satisfacción ante la exploración y el descubrimiento. Probar algo novedoso que nos agrade es una potente droga que nos empujará a querer más. Entonces, cuando un juego (o un estilo de juegos) es capaz de sorprendernos positivamente cada vez que lo probamos, es muy probable que jamás queramos cambiarlo por otra cosa. Ahora bien, ¿hay sorpresa en la planificación estratégica y el control, que es el tipo de conceptos que a mí me gustan?. Pues sí la hay, pero esta no viene propiamente del juego, que suele ser estático en su diseño, sino de la exploración de mis propios límites. Cuando descubro la solución óptima para un problema, lo celebro y lo disfruto, más aún si a la larga demuestra ser decisiva para el triunfo.
A diferencia de mi caso, para otras personas las sorpresas en el juego nacerán de la lectura de una carta sacada de un mazo, el descubrimiento de un escenario o la lanzada de unos dados. Su satisfacción se originará en elementos sobre los que tendrá poco o nulo control, cuestión que me costó muchísimo digerir y encontrarle algún sentido, hasta ahora.
● La Épica del Azar
Días atrás, jugando a una partida de Vendimia en la casa de mi madre, pude comprobar de primera mano el poderoso impacto que puede llegar a ejercer el azar en la experiencia de juego. Nos encontrábamos en la fase de producción de vinos, en la penúltima ronda. En dicha fase se requiere lanzar dos dados (d6). El primero de ellos indicará si llueve o no esa temporada. En caso de que salga lluvia, el segundo dado determinará la región del país en la que lloverá, provocando la consiguiente producción de vinos en esa zona. Previamente, todos los jugadores habíamos decidido donde sembrar nuestras semillas. La cuestión es que en las caras del segundo dado, las tres zonas del mapa no están representadas equitativamente. La zona I aparece 3 veces, la zona II aparece 2 veces y la zona III aparece sólo 1 vez. Sabiendo esto, opté por concentrar mis semillas principalmente en la zona I. Mi hermana, en cambio, optó por colocar la mayor parte de sus semillas en la zona III. Ante este escenario, me sentía confiado en salir favorecido en esta etapa, puesto que las probabilidades estaban a mi favor. Por su parte, aunque era igualmente conciente de sus reales posibilidades, mi hermana tenía una fe absoluta en que el dado terminaría mostrando la cara la zona III. Así ocurrió. La explosión de júbilo de mi hermana fue increíble. Se levantó de su asiento con los brazos en alto, gritando de felicidad. Ese instante fue mágico.
● En Fin
Reflexionando posteriormente sobre lo que había vivido en esa partida de Vendimia, y conectándolo con mis divagaciones sobre lo que podría estarme perdiendo en mi experiencia con los juegos, llegué a la conclusión de que debía darle una oportunidad al azar. Creo, sinceramente, que sería incapaz de abandonar el estilo de juegos que hoy me gustan en favor de otros. En cambio, no veo tan descabellado abrir el abanico de opciones. Más allá de que naturalmente el mayor disfrute lo encuentre en el control y la estrategia, sospecho que manteniendo amplitud de miras y con una buena dosis de paciencia seré capaz de saborear, tarde o temprano, la euforia que deriva de un desenlace épico. No me veo, eso sí, disfrutando de un juego que sea únicamente azar (100%). Sin embargo, sí veo plausible que un día me encuentren frente a un tablero arrojando un par de dados, con el corazón en la boca, esperando que me muestren las caras que me den la victoria. :-D
¡Turno terminado!.
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