Me agrada leer. Desde adolescente he sido un apasionado de los libros y mis gustos han evolucionado con el pasar de los años. En mi temprana juventud me enamoré de historias como la de Viaje al Centro de la Tierra (Julio Verne) y La Isla del Tesoro (Robert L. Stevenson). Posteriormente, devoré los relatos de Isaac Asimov, que me abrieron la puerta al universo de la ciencia ficción, para luego continuar con otros renombrados autores de este género, como Robert A. Heinlein, Robert Silverberg y Aldous Huxley. Poco a poco, al entrar a la edad adulta, empecé a incorporar a escritores de otra clase de novelas a mi repertorio, como Lewis Wallace, Frederick Forsyth, John Le Carré, Stephen King o John Grisham. Cada uno con su estilo, cada uno con sus temas recurrentes, cada uno con su encanto. A día de hoy, calculo que he disfrutado la obra de más de 70 escritores distintos, incluidos algunos clásicos, a los cuales se sumarán seguramente unos cuantos más en los años por venir.
Existen, literalmente, millones de títulos en el mercado a los que puedo acceder, si así lo deseo. El día que comprendí que mi vida entera no alcanzaría para leer todos los libros que han sido escritos, una ligera angustia me invadió. Pensé en las obras maestras que me perdería, las historias originales que nunca disfrutaría, los noveles talentos que jamás conocería. Afortunadamente, pude dejar atrás ese sentimiento y comencé a mirar el vaso medio lleno. Comprendí que si lo escaso era mi tiempo, debería asegurarme entonces de llenarlo sólo con aquello que me brindara una plena satisfacción. Leerlo todo ya no tendría relevancia, sino que lo verdaderamente importante sería leer lo que hubiera sido escrito para mí. Estar al tanto del autor de moda o de la lista de los más vendidos no tendría ningún sentido. Muchísima mayor importancia debería darle a la recomendación sincera de una persona cercana que tuviera gustos afines a los míos.
Existen, literalmente, millones de títulos en el mercado a los que puedo acceder, si así lo deseo. El día que comprendí que mi vida entera no alcanzaría para leer todos los libros que han sido escritos, una ligera angustia me invadió. Pensé en las obras maestras que me perdería, las historias originales que nunca disfrutaría, los noveles talentos que jamás conocería. Afortunadamente, pude dejar atrás ese sentimiento y comencé a mirar el vaso medio lleno. Comprendí que si lo escaso era mi tiempo, debería asegurarme entonces de llenarlo sólo con aquello que me brindara una plena satisfacción. Leerlo todo ya no tendría relevancia, sino que lo verdaderamente importante sería leer lo que hubiera sido escrito para mí. Estar al tanto del autor de moda o de la lista de los más vendidos no tendría ningún sentido. Muchísima mayor importancia debería darle a la recomendación sincera de una persona cercana que tuviera gustos afines a los míos.
Seguramente ahora te estarás preguntando: ¿qué tiene que ver toda esta divagación literaria con los juegos de mesa?. Pues que para mí elegir un juego, así como elegir un libro, es un acto muy personal. Es algo que probablemente nadie sabrá hacer por ti correctamente, porque involucra elementos subjetivos que sólo tú conoces. ¿Y tan importante es hacer la elección correcta?. Si partimos de las premisas que expreso más arriba, claro que sí. Quiero reservar mi tiempo para vivencias significativas. Tanto en el libro como en el juego hay un proceso de creación, hay una obra a través de la cual el autor nos ofrece vivir una experiencia. El juego, particularmente, en la mayoría de los casos nos permite repetir esa experiencia y extender así en el tiempo sus sensaciones gratificantes. Poco importa saber los detonantes específicos que disparan las endorfinas en tu cerebro, lo relevante es que si encuentras un juego que logra ese efecto en ti, ¿por qué no disfrutarlo una y otra vez hasta el cansancio?. En ocasiones optamos por dejar de jugar a lo que más nos gusta. ¿Será que tal vez para otros es un juego muy tonto?. ¿Quizás piensan que es demasiado raro o hasta feo?. ¿Puede que lo encuentren infinitamente complejo?. ¿Te habrán dicho que tu juego favorito es simplemente muy malo?.
No me gustan las valoraciones absolutas. Asumir que algo sólo puede ser blanco o negro es una cuestión a la que no le encuentro sentido. El mundo no sólo está plagado de matices, sino que además muchos de estos los percibimos alterados por nuestras experiencias personales, desdibujados en nuestra particular ventana hacia la vida. Entonces, ¿con qué criterio puedo yo denostar un juego?. Más aún, ¿en base a qué puedo criticar a una persona según el juego que le gusta?. Es como si un lector avezado me juzgara como "infantil" o "superficial", porque me encontrara riendo con un ejemplar de Papelucho o de Mafalda en las manos. O por el contrario, que me catalogara de "culto" al descubrirme leyendo Madame Bovary o Crimen y Castigo. ¿Y si la realidad es que he leído cada uno de esos títulos y los he disfrutado todos, cómo me definiría entonces?. En el terreno de los juegos de mesa seguramente terminaré siendo una amalgama entre el UNO y el Twilight Struggle, entre el Fantasma Blitz y el High Frontier. Espero no ser encasillado entonces en ninguna categoría. Me sentaré a jugar aquello que me divierta, simplemente.
No existen los malos juegos. Esa es la respuesta. Habrán aquellos que no se te dan bien, otros que te aburren mucho o que se te hacen demasiado complejos, pero ninguno de estos motivos justifica el catalogar un título como un mal juego. En tu vocabulario no debería haber espacio para expresiones como "este juego es una basura", porque las mismas razones que te llevan a detestar una mecánica o un diseño artístico, probablemente servirán de base para que otro aficionado se enamore. En un contexto de tolerancia a la diversidad, deberías aceptar que la decisión de una persona respecto a este tema (y a cualquier otro) es un reflejo de su individualidad y merece tu respeto. Por otro lado, si sientes que debes defender tus gustos frente a los demás, no dudes en hacerlo. Haz que el tiempo que le dediques a esta noble afición tenga significado y se convierta en fuente de preciados recuerdos.
Dicho todo esto, si un día coincidimos en una mesa, estaré encantado de jugar contigo un Coloretto, que me gusta mucho. ¡Pero también estoy deseando que me invites a jugar un 18XX!. ;-)
¡Turno terminado!.
Tal vez el matiz clave es saber cuando algo podemos considerarlo un juego. Para mi sí existen los malos juegos, pues si no, tampoco existirían los buenos juegos :P. Y no es ya cuestión de gustos. Es simplemente que hay juegos que fallan, ya sea en su diseño, en su objetivo o en su producción. Hay elementos objetivos que permiten clasificar a un juego como malo. Otra cosa es que nos ciñamos exclusivamente al plano subjetivo y los gustos de cada uno.
ResponderEliminarUn veneno puede estar delicioso para el gusto de una persona, pero sigue siendo veneno.
Un saludete!!! xD
Iván:
EliminarHe tenido varios instantes en que me he preguntado si no habría sido mejor reservarme mi opinión respecto a los "malos juegos", ya que he encontrado poca receptividad a mis argumentos. Sin embargo, tan sólo por el hecho de que el tema te haya motivado a dejar un comentario en mi blog, considero que valió la pena cualquier sinsabor. Me encantan tus reseñas y "Más Madera" está entre mis podcast favoritos. :-)
Espero que más adelante se vuelva a dar una instancia para intercambiar opiniones. Ya te retornaré la visita en tu propio blog.
Un abrazo.