lunes, 30 de julio de 2018

Alcachofas, Fracasos y Meeples

Hace algunos días, en una reunión familiar, mi esposa comentó que no entendía el placer que me producía el sentarme a comer una alcachofa. Más aún, no comprendía cómo mi hija podía compartir el mismo gusto, siendo que lo único que hacíamos era sacar una por una las fibrosas hojas, para luego morder su borde más tierno. ¡Nada más!. No le encontraba ningún sentido.

Mi gusto por este vegetal se remonta a mis años de infancia. Recuerdo que el sacar metódicamente cada hoja, untarla en una vinagreta y comerla, constituía un sencillo ritual que me conducía, indefectiblemente, al premio máximo: el fondo de la alcachofa. Probablemente, mi disfrute de todo este proceso tenga mucho que ver con la forma en que funciona mi cerebro. Eso de cumplir con pequeñas tareas, en gran medida repetitivas, en ordenada sucesión, hasta conseguir el objetivo, lo llevo en el ADN. Ello explica tanto la clase de trabajo con el que me gano la vida como el tipo de entretenimiento con el que disfruto mis ratos de ocio. Me gustan los juegos de mesa en general, pero son los estratégicos los que realmente me cautivan. La planificación, la gestión, el orden, la estructura, el reto intelectual, todo ello cuidadosamente balanceado.

Ahora bien, no puedo evitar preguntarme cuántas de las cosas que hacemos en nuestra infancia, a las que en su momento no damos la menor importancia (como comer alcachofas), terminan reforzando ciertas conductas innatas, que a su vez definen la manera como nos enfrentaremos al mundo en nuestra edad adulta. Yendo aún más lejos, es muy posible que podamos generar incentivos específicos para que nuestros niños potencien sus habilidades naturales, encaminándolos a convertirse en individuos realizados. Es por ello que le doy tanto valor a los juegos de mesa dentro del entorno familiar, no sólo por su evidente aporte a las relaciones interpersonales y la comunicación en general, sino también por la gran cantidad de estímulos cognitivos que ofrecen.

Hoy en día se ha puesto en boga el uso de los juegos de mesa como recurso pedagógico. En algunos casos, se destaca su utilidad para reforzar ciertos conocimientos específicos de forma lúdica. En otras ocasiones, se reconoce su aporte para el cultivo de las habilidades blandas. En este último ámbito, considero importante destacar la contribución de los juegos para el desarrollo de la tolerancia a la frustración. Para el niño que comienza a adentrarse en esta afición, una de las primeras cuestiones que se ve obligado a interiorizar es que no podrá ganar todas las partidas en las que participe. Además, tampoco podrá tener o probar todos los juegos que existen en el mundo (aunque algunos lo intenten más adelante). Estas lecciones son fundamentales para afrontar los retos más importantes de nuestra vida adulta.

Hace algunos días vi a un amigo, al que conozco gracias a nuestro hobby en común, muy decepcionado porque un proyecto en el que había invertido mucho tiempo y esfuerzo se había venido abajo. Al principio pensé expresarle mi pesar por la situación, pero de inmediato sentí que ese no era el enfoque adecuado. Somos aficionados a los juegos de mesa y ante la derrota, saludamos al vencedor y nos preparamos mentalmente para la siguiente partida. Desde ese mismo instante empezamos a plantearnos otra estrategia, tratando de evitar los errores que nos condujeron al fracaso e intentando potenciar nuestros aciertos. Estoy seguro de que mi amigo resurgirá de las cenizas de su proyecto y con el tiempo emprenderá otros, con los que inevitablemente alcanzará el éxito.

Solemos enfrentar numerosas pruebas a lo largo de nuestra vida que nos obligan a recurrir a nuestras mejores habilidades para superarlas. En esas encrucijadas, un adecuado balance emocional es también fundamental. Los que practicamos el noble pasatiempo de los juegos de mesa tenemos la fortuna de poder alimentar, sin darnos cuenta, tanto la vertiente racional como la espiritual de nuestra personalidad. Por increíble que pueda parecer, simplemente jugando, contribuimos a construir la mejor versión de nosotros mismos. ¿Podemos acaso pedir más?.
:-)

¡Turno terminado!